«Conociéndose carnalmente»: sexo y sexualidad en la Castilla medieval (de finales del siglo X a mediados del siglo XVI)
Ana Estefanía Ortega Baún
Universidad de Valladolid
2 de junio de 2022
Director: Juan Carlos Martín Cea
Tribunal:
- Presidente: Germán Navarro Espinach (Univ. Zaragoza)
- Secretario: Iñaki Bazán Díaz (Univ. País Vasco)
- Vocal: Rafael Narbona Vizcaíno (Univ. Valencia)
“Conociéndose carnalmente” pretende descubrir de la manera más amplia posible, cómo vivían su sexualidad las personas que profesaban el cristianismo en la Corona de Castilla desde finales del siglo X hasta mediados del XVI. Para ello analiza los ideales de vida sexual así como los comportamientos sexuales reales de aquellas gentes mediante fuentes muy variadas, desde archivísticas hasta literarias pasando por fueros, sínodos, confesionales, cancioneros y un largo etcétera.
Tras centrarse brevemente en el vocabulario sexual que se usó en la Castilla medieval, la tesis pasa a dividirse en dos partes: una dedicada a los ideales, la otra a las vidas sexuales. La primera estudia dos ideas, la del pecado y la del honor, que marcaron a muchos castellanos y castellanas el cómo debía ser su vida sexual, el ideal al que debían aspirar, aunque con diferente éxito. El del pecado era bastante férreo: solo se debía mantener relaciones sexuales si se estaba casado y con el legitimo cónyuge, la única excusa para tener sexo era la procreación y el buscar placer sexual estaba condenado. Así el cristianismo convirtió́́ casi todas las prácticas y circunstancias sexuales en pecaminosas, las cuales se clasifican entre los pecados sexuales que se cometen sin pareja (los pensamientos eróticos, la masturbación, la seducción), los pecados que dependen de quienes son los amantes (vírgenes, personas solteras, prostitutas, con personas forzadas, casadas, del mismo género, no cristianas, con familiares o con miembros del clero), los pecados relacionados con las circunstancias del acto sexual (la búsqueda del placer, el uso de afrodisíacos, las maneras de encender el deseo, el coito no vaginal, las diferentes posiciones sexuales, el coitus interruptus, el cuándo y el dónde) y los pecados que se comenten para evitar las consecuencias reproductoras de la sexualidad (anticonceptivos, aborto, infanticidio y abandono). Aunque no se fuese un clérigo, el simple hecho de conocer los mandamientos, los pecados capitales y los sacramentos ya informaba a los cristianos de que la Iglesia era antagónica al sexo aunque, debido al matrimonio, lo necesitaba. El ideal de vida cristiano era la castidad y no la vida en pareja sexualmente activa, tanto para los laicos como para los clérigos, pero especialmente para estos. No solo estaban en contacto con el mundo de lo sagrado, sino que debían ser un ejemplo a seguir de corrección sexual. Sin su castidad, el discurso de la Iglesia con respecto al sexo no era escuchado. Por esto mismo los concilios y sínodos castellanos se esforzaron en que fuesen castos, o que al menos lo aparentaran. A los laicos se les intentó hacer cumplir correctamente con el matrimonio para que tuvieran el mínimo número de parejas sexuales posibles a lo largo de su vida, prohibiéndoles casar con sus familiares, así́ como la separación sin intervención eclesiástica, la bigamia y el concubinato de casados. El éxito fue, como en el caso de los clérigos, más bien escaso en comparación con los esfuerzos legislativos realizados.
En el segundo capítulo de la primera parte de esta tesis se estudia la unión entre honor y sexualidad. En la Castilla medieval el concepto de honor no era otra cosa sino prestigio social aunque con sus peculiaridades: había clases sociales con más honor que otras, existía tanto el honor individual como el colectivo, la violencia tenia un gran peso en su defensa, había quien no podía permitirse ser una persona de honor y, sobre todo, estaba vinculado a la sexualidad, especialmente a la femenina. Así́ lo dejó plasmado el pueblo visigodo en el Liber Iudiciorum, a través del cual brindaba protección legal a las mujeres de correcta vida sexual si eran violadas, mientras que negaba su ayuda a aquellas que habían tenido previamente comportamientos sexuales incorrectos o incluso castigaba. Y es que lo que había que defender era el honor, no su libertad sexual. De la vida sexual de ellas dependía el prestigio social de toda su familia. Cualquier aventura sexual fuera del matrimonio traía la vergüenza al grupo familiar. Mientras las actividades sexuales de ellos solían tener nula repercusión. Esta forma de entender la sexualidad apareció́ primero entre las clases altas del reino visigodo y se fue filtrando hacia abajo. No se sabe con qué velocidad ocurrió́, solo que en el siglo XI ya aparece en las mentes de las clases urbanas y se consolida en la centuria siguiente. De esta manera, el honor empezó́ a afectar a la vida sexual de todos los castellanos y especialmente de todas las castellanas durante el resto de la Edad Media y más allá́. La vida sexual de las mujeres pasó a ser motivo de escrutinio para determinar si su honor era bueno o malo. Además, este era muy frágil. Un insulto, un rumor malicioso, una violación, el ser viuda y volverse a casar o el tratar con una alcahueta podía romperlo. Para protegerlo debían seguir unos consejos de comportamiento que iban desde el cómo vestirse a con quien vivir y relacionarse. A su vez fueron apareciendo medidas auspiciadas por los poderes civiles para defender el honor en las situaciones en las que quedaba desprotegido y así́ evitar que las deshonrasen. Mientras, los hombres vivían su sexualidad con relativa calma. Pero no lo hacían aquellos que tenían sexo con otros hombres o que eran impotentes, antítesis de la masculinidad y de la potencia sexual a la que se les obligaba. Ni tampoco aquellos que permitían a sus mujeres tener sexo con otros o consentían y promovían la mala vida sexual de sus parientas, pues estaban incumpliendo con el otro mandato de la masculinidad de aquellos tiempos, el proteger a las mujeres de su grupo familiar de la deshonra para que ellos no fueran deshonrados, incluidas las que podían ocurrir dentro del hogar.
Conocidos los ideales sexuales principales de aquella sociedad, la segunda parte de esta tesis se centra en el análisis de cómo realmente era esa vida sexual y los conflictos que acarreaba cuando chocaba con los ideales. Para ello se eligió́ poner el acento no en la actividad sexual en sí sino en las personas como entes sexuales, como seres a los que el ejercicio de su sexualidad llevaba por unos caminos determinados y que no solo les provocaba placer, o dolor, sino situaciones problemáticas consigo mismos, con los demás o con Dios. De esta manera se conjugan dos aspectos que se suelen estudiar por separado, el de los ideales y el de los comportamientos reales. En consecuencia, la sección titulada “Los ciclos de la vida” consta de capítulos dedicados a la pérdida de la virginidad, a la vida sexual de las personas solteras, a la vida sexual de las personas casadas y finalmente a cómo era la de quienes habían enviudado. Casi todos estos capítulos son dúplices, tratan por un lado las vivencias del género femenino y luego del masculino, intentando analizar todas las casuísticas posibles, dos constantes en toda esta segunda parte de la tesis. A continuación se estudian algunas “situaciones extraordinarias” con respecto a la sexualidad que se podían vivir, tales como ser victima de una violación, ser culpable de una agresión sexual o vivir una infidelidad tanto desde el punto de vista de quien adultera, de la persona engañada y del o la amante. Finalmente, se analizan diferentes “parejas sexuales problemáticas”, tales como aquellas formadas por personas de un mismo género o donde uno de los implicados era monje, monja, fraile, freile de una orden militar o clérigo de órdenes mayores, fijando la atención en ambas partes de la pareja y en lo que estas relaciones afectaban a su día a día.
Más allá de que en el Medievo castellano la gente podía tener una vida sexual muy interesante, la lectura de esta investigación trae otra conclusión más importante para los habitantes del siglo XXI, una conclusión que además es un baño de realidad primero y de humildad después: que no hemos cambiado tanto desde el Medievo, o mejor dicho, ante determinados aspectos de la sexualidad no hemos cambiado nada. Somos hijos de nuestro pasado aunque lo queramos negar.